martes, 21 de diciembre de 2010

Historia del cadi que dio a luz un bebe

LAS MIL Y UNA NOCHES:

HISTORIA DEL CADI, PADRE DEL FOLLON
(o la Historia del Cadí que dio a luz un bebé)
(Fragmento)




Historia completa: noches 608 a 611



>> Y la noche 610 prosiguio su relato en esta forma:

-He llegado a saber, ¡ye el sultán, el bienhadado!, que la joven de mi historia se las compuso de mode que le jugó al cadí una trastada que fue muy sonada.

Era el caso que, entre aquellas vecinas a las que la mujer del cadí convidaba a comer, había una pobre mujer embarazada, madre ya de cinco hijos, y cuyo marido era un simple alhamet, que apenas si ganaba lo suficiente para atender a las necesidades mas urgentes de su casa.

Y la esposa del cadí le dijo un día a la mujer del alhamel:

-¡Mira, vecina mía! Alá te ha dado una familia numerosa y tu marido no tiene apenas qué llevarse a la boca. Y por si fuera poco, otra vez estás embarazada, por voluntad de Alá, con lo que vendrá a agravarse más tu neceesidad. ¿No querrías, pues, cuando dieras a luz, cederme tu nene y yo me encargaria de criarlo y educarlo con todo mimo, cual si fuese mi hijo, ya que Alá no me quiso otorgar el donde la fecundidad? Yo te prometo solemnemente que, si asi lo hicieras, no habría de faltarle a tu hijo lo más minimo ni tampoco a ti ni a los tuyos y que la properidad entraría en tu casa y allí se asentaría. La única condición que te pongo es que no le digas a nadie nada y me entregues al niño a hurtadillas para que nadie del barrio sospeche nada de nuestro trato.

Aceptó la mujer del alhamel la tentadora oferta y prometió guardar la mayor reserva.

Y el día de su alumbramiento, que se verificó en el mayor secreto, entrególe a la esposa del cadí el recién nacido, que erea un crío tan desarrollado que abultaba el doble de lo acostumbrado.

Y la mujer del cadí aderezó para aquel día, por su propia mano, para la comida, un plato consistente en potaje de habas, chicharos de ajo, harinas diversas y toda clase de cereales pesados y de especias.

Y cuando el cadí regresó a la casa, desgalgado de hambre por tener vacío su tripón abultado, srivióle su mujer aquel potaje bien sazonado que comió de él hasta atracarse y repitió varias veces hasta apurarlo y rebañar el plato.

Y al terminar, exclamó, lleno de satisfacción:

-¡Jamás en mi vida comí ningún plato que con tanta facilidad se dejara tragar! De hoy más, mujercita mía, me has de hacer todos los días un plato igual a este, pero mejor todavía. Porque supongo que tus parientes seguirán siendo con nosotros tan rumbosos como hasta el presente.

A lo que su mjer le contestó:

-De provecho te sriva y que tengas una buena digestión.

Agradecióle el cadí a su esposa el buen deseo y una vez más volvió a felicitarse en su interior de que Alá le hubiese deparado mujer tan perfecta y tan de su agrado.
Pero no habría pasado una hora de haber ingerido aquel comistrajo, cuando el vientre del cadí empezó a hincharse y aumentar de volumen por momentos, y al mismo tiempo sonaba en su interior un gran estrépito, comparable al frago de una tormenta, y unos gruñidos sordos como truenos sacudiánle las paredes del estómago, acompañandos de retortijones, dolores y espasmos.

Y la cara se le puso amarilla al cadí, el cual empezó a gimotear y a retorcerse y a rodar por el suelo igual que un barril, sujetándose la tripa con ambas manos y exclamando:

-¡Ye Al-Lah! En mi tripa se me ha levantado una tempestad. ¿Quién me podrá de ello librar?

Y de cuitado lanzaba unos aullidos desaforados, pues tenía ya el vientre más hinchado que un zaque y sus dolores lo tenían en jaque.

Acudió su esposa al oír los gritos, y, para aliviarlo de sus dolores, diole un puñado de polvos de anis y de hinojo, y al mismo tiempo, para consolarlo e infundirle ánimos, se puso a acariciarlo como se acaricia a un niño malito y a frotarle suavemente el sitio dolorido, pasándole por él la mano con ritmo acompasado.

Y de pronto suspendió su sobo y lanzó un grito penetrante, seguido de exclamaciones de sorpresa y espanto, exclamando:

-¡Yuh! ¡Yuh! ¡Prodigio, milagro! ¡Ye mi señor! ¡Ye mi señor!

Al oír lo cual, sobreponiéndose el cadí a su dolor, preguntó:

-¿Qué te pasa, mujer? ¿Y de qué prodigio hablas?

A lo que ella respondió, fingiéndose asustada:

-¡Yuh! ¡Yuh! ¡Ye mi señor! ¡Ye mi señor!

Y nada más.
Y el cadí le tornó a preguntar:

-Pero ¿qué sucede, mujer? ¿Quieres decirmelo de una vez?

Y ella exclamó, por toda contestación:

-¡El nomre de Alá sobre ti y a tu alrededor!

Y tornó a pasarle la mano por el vientre aborrascado, murmurando:

-¡Glorificado sea el Altísimo! ¡El puede hacer y hace cuanto quiere! ¡Cumplase, Señor, tus designios!

Y el cadí preguntóle entre dos quejidos:

-Pero ¿qué es lo que sucede, mujer? Habla en seguida. ¡Y que Alá te maldiga por tenerme en esta angustia!

Y entonces la mujer exclamó:

-¡Ye mi señor, ye mi señor! ¡Cúmplase la voluntad de Alá! ¡Has de saber que estás en cintay que el parto viene más que a prisa!

Al oír las palabras de su esposa incorporóse el cadi en medio de sus dolores y retortijones y exclamó:

-Pero ¿qué dices mujer? ¿Te has vuelto loca? ¿De cuándo acá se estila que los hombres queden en cinta?

-¡Por Alá, que no lo sé- respondióle la mujer -pero lo que si puedo decirte es que siento al crío moverse en tu vientre y menear sus piececitos y que hasta toco con mis manos su cabecita!

Y a continuación, añadió, contrita:

-¡Grande es Alá que arroja donde quiere la semilla de la fecundidad! ¡Loado por siempre sea! Y tú , hombre, pidele su ayuda al Profeta.

Y el cadí, entre sus alfeliches y espasmos, se apresuró a exclamar:

-¡Con El las bendiciones y todas las gracias de Alá!

Y como sus dolores arreciasen, tornó a revolcarse, aullando como un loco y retorciéndose las manos, y dizque estaba ya que apenas podía echar el aliento con aquel combate que en sus tripas se reñia tan violento.

Hasta que al cabo, de pronto, le vino el alivio. Y fue que de lo hondo del vientre le salió un pedo, tan largo y tan fuerte, que hizo temblar la casa entera y el cadí se desmayo por efecto de la conmoción que sintiera.

Y aquel follón tremendo siguió rodando por el aire enrarecido de la casa, desgranándose en proporción atenuada, en una serie de otros cuescos, hasta que al cabo, tras un poster tronido, hizose de nuevo el silencio y todo quedó tranquilo.

Fue luego poco a poco recobrando el cadi el sentido y abrió los ojos, y, al abrirlos, vio allí delante de él, en una camita, y envuleto en mantillas, a un recién nacido que lloraba haciendo alcocarras como suelen los niños.

Y vio también allí el cadí a su esposa, que estaba diciendo:

-¡Loores sin cuento a Alpa y a su Profeta por tan feliz alumbramiento! ¡Al-Hamdu-li-l-Lah!

Y después de eso empezó la mujer a invocar todos los nombres sagrados sobre el pequeñuelo que a este mundo llegaba y sobre la cabeza de su esposo que lo alumbrara.

Y el cadí, que la oía, no sabía ya si estaba despierto o si dormía o sí por acaso la fuerza de los dolores que padeciera le habían privado de la inteligencia.

Y como no podía desmentir el testimonio de sus sentidos, pues estaba viendo allí aquel niño recién nacido y además se le habían quitado los dolores, después de aquel alboroto que sacudiera sus entraña, no tenía más remedio que creer en su milagroso paritorio.

De suerte que la cabo el amor maternal se sobrepuso a todo, y el hombre se resignó a cargar con el rorro, exclamando:

-¡Loado sea Alá, que arroja donde quiere la semilla de la fecundidad, y hace que aun los hombres, si a ello están predestinados, quedén embarazados y den a luz llegada la hora del parto!

Encaróse luego el cadí con su esposa y le dijo:

-¡Tienes que buscarle en seguida una nodriza al niño! Qué yo, por su mal, no lo puedo criar.

A lo que le contestó su mujer:

-Ya pensé yo en ello. Y ahí está la nodriza en el harén y no tengo más que llamarla. Pero antes dime, por favor: ¿estás seguro de no poder criar al niño tu mismo? Mirate a ver si no se te han desarrollado los pechos y no puedes amamantar en verdad al pequeño. Que ya sabes que para un niño no hay nada más saludable que la leche de su madre.

Palpóse al oírla el cadí el pecho, lleno de ansiedad, y contestó luego a su esposa con cierto dejo de pesar:

-¡No, por Alá; no se me han desarrollado los pechos, que siguen igual!

Y su mujer, al oírlo, rióse para sus adentros lo que es de imaginar.

Luego la mujer del cadí, para llevar la burla hasta el colmo, hizo que su esposo se metiera en la cama y se estuviese quietecito en ella cuarenta días y cuarenta noches, como hacen las parturientas. Y se puso a hacerle y administrarle esas pociones que es costumbre propinarles a las recién paridas y a prodigigarle a su marido toda suerte de halagos y mimos.

Y el cadí, que quedara quebrantado y molido de todo cuanto había padecido, no tardó en sumirse en un sueño profundo y tranquilo, del que no despertó sino mucho después, restablecido tocante al cuerpo, pero con el espiritu harto enfermo.

Y lo primero que hizo el hombre fue rogarle a su esposa guardarle el secreto de lo sucedido y no dijiese a nadie que había tenido un hijo.

-Porque figúrate- le dijo- el escándalo que se armaría si la gente se enterase de que el cadí ha pardio un niño viable.

Pero la muy marfusa, lejos de etranquilizarlo, placióse en inquietarlo, y le dijo muy afligida:

-¡Lo malo, señor, es que no somos nosotros los únicos en conocer este acontecimiento prodigioso y bendito! Porque todas nuestras vecinas están ya al tanto de todo por la nodriza, que, pese a lo mucho que le recomendé que no lo hiciera, les ha ido con el cuento a todas su amigas y conocidas y ahora la notica cundió por la ciudad y es tarde ya para evitar los chismorreos y comentos a que dará lugar.

Grandemente desazono al cadí aquella respuesta de su esposa y se sintió abochornado y corrido, y al saberse blanco de los cotilleos de la gente de la ciudad, seguramente nada favorables para él, se pasó de buen grado, metido en la cama, sin salir de casa, aquellos cuarenta días y cuarenta noches de su sobreparto, sin atreverse tampoco a hacer el menor movimiento por temor a los flujos de sangre y demás complicacioines propias del caso. Y todo aquel tiempo se lo pasó, el cuitado, cejijunto y caviloso, reflexionando sin cesar sobre el raro trance en que se viniera a hallar.

Y en su interior pensaba: <<¡De fijo que haora mis enemigos, que son muchos y muy malignos, tomarán pied de ahí para imputarme las cosas más ridiculas y abominables y saldrán disciendo que lo que me ha pasado es efecto de haberme dejado ensartar de un modo extraordinario y vituperable! Y dirán con maligna alegría: a la vista está que el cadí es un mariquita. A decir verdad, no valía la pena de que fuera tab severo en sus sentecias para luego salir con estas de dejarse ensartar por un tío y parir un crio. Vaya un raro bardaje que es el tal cadí>>

Y el mezquino del cadí ponía para sus adentros esta coletilla a tales imaginaciones y suposiciones, tratando de sincerarse el hombre: <<Mire usted: cuando Alá sabe bien que hace ya mucho tiempo que me dejé de eso, aparte de que no estoy en la edad más a propósito para tentar a los que gustan de tales escarceos...>>

Tal pensaba el cadí sin que ni por lo más remoto le pasara por la mente la idea de que todo aquello que le ocurria era debido tan solo a su ruindad y tacañeria.

Y cuanto más reflexionaba sobre su situación tanto más negro se le volvía el mundo ante sus ojos y tanto más grotescto y lamentable le parecía su trance.

Así que, cuando ya cumplido el término del puerperio, sin complicaciones, le permitó su esposa levantarse del lecho, diose prisa él a hacerlo y a lavarse, pero dentor de casa, sin atreverse a ir al hammam, por no cruzar las calles.

Y con el fin de evitar las cuchufletas y alusiones mortificantes que de fijo tendría que oír en adelante, si seguía viviendo en la ciudad de Trablus, decidió en su interior emigrar de allí y se lo comunicó a su mujer, la cual, aun que fingiendo un gran pesar, aprobo, con todo, su parecer y lo animó a ponerlo por obra, diciendole:

-Haces bien, señor, en dejar esta ciudad maldita, habitada por malsines: pero creo, sin embargo, que solo debes hacerlo por una temporada, hasta que se olvide esta aventura malhadada. Y entonces volverás a ella para educar a este niño del que, si te parece, pondremos el nombre de Ainu-l-Achaib (Fuente de los Prodigios) para eterno recuerdo de su maravilloso nacimiento.

A lo que el cadí contesto:

-Has tenido una feliz inspiración.

Pero sorprendió a Schahrasad la mañana y atajó el flujo de sus fluyentes palabras.


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